Vos a mí no me tocás

POR: GUILLERMO GARAT

Una sobreviviente que no sobrevivió

Un caso de abuso infantil termina diez años después en un asesinato. Pasaron casi dos semanas y los familiares ni siquiera fueron a declarar. El caso de Cintya es uno de tantos donde niños se enfrentan a los peores contextos y buscan cambiar la pisada, pero es tan adverso ese ambiente y son tan pocas las posibilidades, que mueren en el intento. Cintya, embarazada de dos meses y con 19 años, quería reír y no podía. Quería trabajar y no pudo.

“Vos a mí no me tocás”, le aconsejó Cintya a los policías que la pararon en la calle con su tío, que le pedía calma. “Traé una milica, porque a mí no me tocás”, amenazó. Los uniformados no prepotearon, llamaron por radio a “la femenina”, que al llegar recibió la advertencia: “cuidado dónde tocás”. 

Dicen que no se callaba nunca, que era la luz de la casa, siempre gastando bromas, de buen talante y regalando humor para todos. Si tenía un solo pedazo de pan, como le pasó tantas veces, era para sus hermanas. Siempre estaba dispuesta a darle una mano a quien lo necesitara. Cintya tenía una enorme pulsión de vida; todos la recuerdan como una sobreviviente, como una luchadora, siempre diciendo “las cosas como son”. La recuerdan linda, risueña, ocultando entre los dientes una vida de privaciones y violencia.
Hija de la cárcel: a los pocos meses de abandonar el vientre materno sus padres terminaron entre rejas por temas vinculados al microtráfico de drogas. Primero fue su padre el condenado a 20 años de prisión. Poco tiempo después Laura* conoció los barrotes de la cárcel de Tacuarembó. Cintya, una hermana y su hermano pasaron al inau de la localidad. Fue Doroty, la abuela, quien los sacó de la tutela estatal para llevarlos al calor del hogar en Montevideo, en el barrio de Lezica. Fueron nueve difíciles años de crianza de abuela. Doroty, muy mayor, cuidaba por entonces de los tres hermanos, que encontraron en ella una referente de vida. Las cosas marcharon bastante bien unas cuantas temporadas aunque siempre necesitaron la ayuda de las instituciones de beneficencia del barrio. Pero Laura volvió tras ocho años de encierro, y volvió mal.

Cintya también fue hija de la crisis. Durante 2004 conoció las peores situaciones que una niña de 10 años pueda conocer, las del abuso sexual. Laura, su madre, la canjeaba por dinero o algún surtido a los viejos del barrio. La mujer era consumidora empedernida de pasta base, estuvo en la calle y nunca se pudo hacer cargo de los hijos como pretenden las leyes del sentido común familiar. Esos viejos le daban carne, plata y objetos que nunca van a comprar otra cosa que la profanación de lo más sagrado al precio de la necesidad compulsiva, la falta de horizontes y la ausencia de estrategias de vida. La cosa se repitió hasta que Cintya clamó basta y buscó dentro de ella el significado de aquel baboseo. Fue el tiempo en que Laura conoció a un hombre, padre de sus últimos tres hijos. Entre pipas de pasta base soportaron, con los pequeños, la tempestad de las calles en invierno. Doroty la echó de la casa por sus conductas lesivas para el hogar, y una vez más recuperó a los niños, que pensaron que todo podía mejorar. 

Pero Tanatos pasó a buscarla otra vez. Esta vez con cara de Eduardo y María, que la confundieron, seduciéndola (si es que podemos usar esta palabra respecto a una niña de 12 años) con cachivaches y la integraron a la cama matrimonial. Cintya imaginó algo parecido al afecto, sobre todo con ese hombre que pisaba los 50 años y le prometía una nueva familia juntos. María era la mala, que además le pegaba. El abuso de ambos era permanente y Cintya lo naturalizó, no pensaba en esos términos. Veía en Eduardo al hombre protector que le daba casa, comida y algo así como estima entre cosas que cambiaba por favores en un apartamento de realojo del complejo 10 de Mayo, cerca de Millán y Lecocq.

La panza de Cintya tenía 32 semanas cuando se encontró, caminando, con Federica, por entonces estudiante de trabajo social que hacía sus primeras herramientas en El Faro, una de las organizaciones que trabajan con niños violentados. La niña nunca se había hecho un control ginecológico, Federica la acompañó a la ecografía en el Pereira Rossell, y apareció Eduardo. “El abusador siempre controla”, aclara la psicóloga que trabajó durante años con ella para darle contención y desarmar ese nudo que le habían hecho a Cintya en algún lugar entre el corazón y la razón. Las contracciones antecedieron a Karen, una niña de otra niña y un viejo criminal. Cierto día Eduardo la tomó del pescuezo delante de todos en el barrio. Cintya recordó que si no se lo sacaban de encima la mataba. Ese fue el punto final. La adolescente empezó a reconocer en Eduardo al agresor. Con Karen entre batitas, Cintya se fue a vivir a lo de la abuela, donde la esperaban sus cinco hermanos. No tuvo paz, Eduardo la amenazaba habitualmente y sintió el espanto de la violencia. Pensó que lo más seguro era dejar a Karen con Doroty y se fue a dormir a la intemperie como ya lo había hecho con su madre tiempo atrás. Eduardo la tenía cortita y las calles la cobijaron de la violencia cuando su niña tenía sólo dos meses. Fue el tiempo en que a Doroty le vino un soplo al corazón y la internaron. Karen se quedó con una tía de 16 años y las otras tres niñas. La abuela se sintió débil y vencida por el paso del tiempo, y pidió a El Faro que la ayudaran con Karen, así comenzaron los contactos con el inau para “institucionalizar” a la beba, que fue acogida en un hogar público. El único hermano varón de Cintya, con una discapacidad, también fue a buscar el cobijo de los hogares estatales.

El Faro había perdido el contacto con Cintya porque la calle la alejó. Pero más pronto que tarde volvió a golpear la puerta porque estaba dispuesta a recuperar a Karen. Se puso en campaña, tomó impulso, inspiró, exhaló y allá fue. La visitaba regularmente y tuvo algunas palabras de más con los que no la dejaban llevarse a Karen los fines de semana a la casa de su abuela, adonde había vuelto. Cintya siguió visitando a su hija y buscó la manera de festejar el primer cumpleaños de la niña, pero tampoco tuvo suerte. Sin embargo, logró vivir con Karen en la Unidad Materno Infantil 3, en la calle Suárez, pero la adolescente no soportó los rígidos marcos institucionales. Las regulaciones para la “buena maternidad” las necesitan las instituciones, pero no una niña que dos años atrás jugaba con muñecas y vivió en la libertad de la calle. Cintya se sintió en una cárcel. Ella era una chica libre y volvió a dormir entre intemperies. 

Rodando sobre el asfalto conoció a Martín, que pedaleaba repartiendo libros. Era un chico apuesto, de largos rulos, al que Cintya le dedicó un piropo callejero. Ella era bonita, de tez morena, pelo lacio con cerquillo, caravanas, pulseras, anillos, se arreglaba con esmero y destacaba su belleza con su sex appeal adolescente. El muchacho de unos 30 años la miró y apretó los frenos de la bici. Dicen que Martín fue el amor de su vida, la protegía, la quería, le pagó una pensión para que tuviera donde estar y la estimuló para que fuera a una institución que trabaja con chicos en situación de calle en las cercanías del Cordón. Él ya había estado por ahí y sabía que había un lugar para Cintya. También la ayudó a convencerse de que tenía que estudiar, y ella concurrió asiduamente a las Áreas Pedagógicas del inau, unas aulas personalizadas para adolescentes que quieren estudiar. Era el tiempo en que Cintya portaba en su carterita junto con los cigarros algún porro que tanto le gustaba, agenda y libretas donde escribía y escribía, dibujaba y dibujaba. Tenía una caligrafía preciosa, de esas que elogian las maestras y que todavía se pueden apreciar en algunas puertas grafiteadas por su prosa, entre mensajes de amor a su novio y a los trabajadores sociales que laburaban con ella. 

Por entonces estaba a punto de cumplir 15 años, quería fiesta y la tuvo con la ayuda de sus referentes. Federica le prestó un vestido de punta en blanco y unas chatitas doradas con que lucirse toda la noche. Antes del baile entró de la mano de uno de sus referentes, al que hizo vestir de gala para el vals. Ella había previsto e instalado la decoración donde predominaban el blanco y el rosado, en globos y en la mesa, con una torta en su centro y un ramo de flores. Una de las carteleras del centro social vestía cuatro letras sobre fondo rosado: “Vale”, el diminutivo de su segundo nombre, que había llenado con mucha brillantina y los dos colores con los que habitualmente se identifican las niñas. 
Ella quería seguir albañileando y cambió de identidad. Usaba su segundo nombre para pensarse y presentarse distinta a aquella Cintya tan golpeada por los guantes de la mala vida, y lo fue consiguiendo. Estudiaba, tenía hogar y a veces hacía algún trabajo para tener un mango en el bolsillo, además estaba enamorada de Martín. Un asunto que todavía le tocaba la fibra era el escaso contacto con Karen, que crecía sin su madre. La bebé era resiliente, dicen. En el hogar la describían como “re sociable”, muy divertida en el club deportivo, autónoma, dando la nota entre bailes y brincos, “una niña divina”. El año pasado se concretó la adopción. Una pareja de madre actriz le está dando lo que todos merecemos, y se la entregaron a ellos porque podrían estimular esa conducta extrovertida que podría ser, por qué no, la semilla de algún arte para desarrollar en un entorno lejos de la violencia. 

Pero Martín se abrió y otra vez Cintya quedó sola. Llegó a un albergue nocturno, estudiaba y de día se la pasaba en uno de los centros de atención para niños en situación de calle. Tiempo después conoció a otro hombre bastante mayor que ella, también amable y protector. Se mudó a su casa en Peñarol. Además de techo compartieron el trabajo: ella lo ayudaba rasqueteando paredes, andaba entre pinceles y pinturas. Sin embargo aquello también naufragó.

Doroty murió y Cintya se fue a vivir otra vez con sus hermanas y su madre, con quien pudo recomponer la relación en cierta medida. Un familiar asegura que la familia ahora está más unida.
Este año Cintya había conseguido un trabajo algunos días a la semana en Pocitos, pero quería un trabajo constante, con un mejor sueldo. El 28 de febrero volvió a uno de los centros donde la habían ayudado. Buscaba trabajo en el programa Barrido Otoñal. Encontró los datos que necesitaba en Internet, dijo que regresaría al día siguiente a fotocopiar documentos y nunca más volvió. 
Un mes después discutió con Maicol, su último novio, con quien también compartía la casa de la abuela. Cintya estaba embarazada de dos meses y esta vez sí se había controlado. Por entonces, una de sus hermanas, la más chica, de 14 años, estaba embarazada de un chico de 20 años. Cuando la madre del joven se enteró de la novedad negó que el niño fuera de su hijo, le dijo “bastardo”, la insultó, le advirtió que no la aceptarían en esa familia. Las hermanas la vieron llorar y trataron de levantarle el ánimo. Además el chico habitualmente le pega a la adolescente. Un día Cintya y otra hermana pararon los golpes y el novio volvió violento con un hermano menor que él. Una de las hermanas de Cintya le dijo que se fueran, que nadie quería problemas. El más joven fue directo a golpearla sin importarle que tuviera a un bebé en brazos. La chica se corrió y el puñetazo fue directo al bebé. Otra hermana hizo la denuncia en la seccional policial del barrio y empezaron las amenazas telefónicas a las hermanas, que hasta hoy se repiten. La chica de 14 años se fue de esa casa porque sentía el miedo de las intimidaciones. 

Una semana después una vecina cerró los postigones de la ventana cuando oyó un grito: “¡Suéltenme!”, decía una chica en una calle de Lezica. Eran casi las cinco de la mañana del 30 de marzo. Pasadas las ocho del nuevo día, otra vecina golpeó la puerta de la casa de las chicas. Un cinturón de niño mantenía el cadáver de Cintya colgando de un árbol a 60 centímetros del piso.

La Policía estuvo allí. Dicen los vecinos que no sacaron fotos y se fueron rápido, cortaron el cinturón para retirar el cuerpo y dejaron una parte en el árbol y la otra en el piso. La familia recuperó el chip del celular que usaba Cintya y se había llevado la Policía, pero estaba vacío, sin contactos ni mensajes ni llamadas registradas. Fueron a la baranda del juzgado penal de la calle Misiones que estaba de turno a ver en qué estaba el caso. No les dieron información, juraban que no había ningún caso con su nombre. Poco más pasó desde entonces. La justicia no les ha informado de más nada. A casi dos semanas del asesinato los familiares todavía no fueron a declarar y poco saben de la suerte de Cintya. La sobreviviente que no sobrevivió y ahora está en un tubular del Cementerio del Norte mientras sus hermanas y una amiga siguen amenazadas. Es válido preguntarnos cuántos casos más de éstos están ocurriendo o van a ocurrir. Es el tercer chico asesinado que anduvo jugando con los juguetes de El Faro. 



* Todos los nombres de la nota fueron cambiados excepto el de Cintya y el del personal de El Faro.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Repudio total a las manchas de la iglesia

De la nube a la realidad

El sistema también mata.Pero nunca lo podemos encarcelar.

Documental Colonia Etchepare

El Amor de una buena Mujer.