¡Qué linda sería la democracia sin fetitos de cerámica!


Sin interferencia de esos suvenires de última moda en colegios católicos, sin los pro acusando a las mujeres de asesinas que comemos niños crudos y no niños (a los fetos me refiero), sin obispos que llamen a “los hombres y mujeres de buena voluntad” a votar, sin políticos confundiendo a las multitudes, sin los radicales defensores del cigoto...

Una comunidad integrada por hombres y mujeres con ideas e historias diversas, con capacidad de argumentar, desarrollar pensamiento propio y colectivo, generando espacios de intercambio y debate, para finalmente ejercer, o no, el derecho ciudadano al voto de manera libre y responsable.

Sucede que la democracia nos implica en la más bella diversidad, pero exige ética, lealtad y honestidad en la práctica, no admitiendo intencionales interferencias que desvían el eje de discusión, difuminándolo en aspectos que nos conducen al desorden calificado. Quienes no admiten la convivencia en términos democráticos, optan por apropiarse de la palabra y realizar con ella abundantes gárgaras, sin tomar en consideración el elevado riesgo que corren en atragantarse.

Aquella sería una bellísima democracia.

Esta que nos toca en suerte, nos enfrenta al caos de ideas,  slogan marketineros, a la ausencia de argumentación, a una confusión generalizada que culmina en vulgares enfrentamientos que carecen de contenido y sentido lógico. Cuando sobra ´cracia´ en término de poderes, falta ´demo´ en término de pueblo. Y éste es el complejo entramado que hoy enfrentamos en el país.

Los diversos poderes han interferido nuestra democracia de manera infame y nos están arrebatando el momento histórico, con todo el significado de lo que ello implica. Pero admito, que no es casual y era hasta previsible haber llegado a una contemporaneidad tan compleja. 

Lo que nos toca vivenciar no se explica por la ‘despenalización del aborto`. De hecho y de derecho, esa supuesta despenalización no existe en Uruguay. El aborto constituye una conducta delictiva prevista como tal en el Código Penal con total y absoluta vigencia, que no ha sido derogada por la Ley Nº 18.976. Entonces, si no es aceptando las interferencias en nuestra democracia, no podríamos jamás explicar que la ciudadanía se divida entre quienes están en contra o a favor de una despenalización que no existe.

Tampoco se explica por la supuesta defensa, consideración y reconocimiento hacia la vida. Si así fuera, sus acérrimos defensores se abocarían a la reforma del Código Civil Uruguayo que considera persona a quien haya nacido viable y además haya sobrevivido durante veinticuatro horas naturales. Traduciendo un nacido que fallece antes de las 24 horas no es considerado persona en el mencionado cuerpo de leyes, y sin embargo quienes se declaran pro vida parecerían no hacer foco, en tal espanto. Alta contradicción la de andar defendiendo cigotos y embriones, y no mostrar interés en los derechos de un bebé nacido.

Y menos tiene que ver – nuestro momento histórico- con el discurso de habilitar espacios de democracia directa bajo un pensamiento dicotómico que se desmorona por sí solo. Usted es democrático si habilita una instancia posterior de referéndum que permita esclavizar a los negros y negras en Uruguay, utilizar las cárceles como centros de tortura, impedir la sindicalización de los trabajadores… Y si no lo habilita mediante el voto de adhesión, entonces es un ciudadano que impide la demostración democrática del pueblo entero que tiene derecho a manifestar su opinión. ¡Es como el mundo del revés ! pero sin ningún contenido simpático. 

Y básicamente, es por los aspectos citados que me ha convencido esta realidad y sensación de interferencia abusiva y contumaz de diversos poderes, que condujo a nuestro pueblo al mareo y al entrevero calificado.

Los cuerpos de las mujeres han sido y aún lo son, propiedad eclesiástica, empresarial, estatal y marital, y sin en algún debilitado aspecto se roza esa apropiación indebida, habrá reacción de arremetida por parte de esos enormes centros de poder. No quiero vivir en la tranquilidad que otorga la ignorancia, prefiero inquietarme ante las millonarias sumas de dinero que se destinan en campañas que confunden a la gente, ante la interferencia de la iglesia católica en un estado laico, y hacia las estrategias de una minoría que se niega a aceptar la convivencia pacífica y no escatima recursos en lograr retrocesos que le satisfagan.

Los cuerpos de las mujeres han sido y son de otros. Nunca nuestros, nunca propios. Siempre jerarquizados a la baja en un sistema que nos mercantiliza. Y ahí, exactamente ahí, estimo se encuentra el nudo de la cuestión. Porque patriarcado no perdona, y sus estrategias suelen ser cada vez más perversas.

Se han inquietado las aguas, las de manantial y las servidas, y si tal arremetida provoca una ley como la Nº 18.976 (con su estricto procedimiento institucional, incluido la invasión a la intimidad de la mujer, los consejos sobre adopción y la penitencia de irse a meditar durante días), imagínese usted lo que sucedería si las mujeres algún día, decidiéramos recuperar para nosotras mismas, nuestros cuerpos y nuestras vidas.

¿Si voto el 23 de junio? No. 

Decido desmarcarme del mareo generalizado. Porque estando a menos de la mitad de camino en el reconocimiento de nuestros derechos sexuales y reproductivos, regresar a punto cero, no parece una opción válida ni lógica. En términos civilizatorios, humanos, de salud, de derechos, éticos y democráticos nunca me sedujo el retroceso. 

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