No nos van a licuar el feminismo para tragárselo mejor



Por: Marina Morelli Nùñez.
                                   

Un movimiento insolente, inquieto, crítico, autónomo, combativo, a contra cultura y realmente transformador de las realidades que nos rodean y son adversas, te implica en un recorrido personal y colectivo, en el cual no hubo, no hay y no habrá alfombras rojas, reconocimientos, aplausos ni amores por parte de quienes -más allá de lo discursivo- tienen como objetivo la desigualdad, opresión y dominación de las mujeres.

La historia no registra feministas  que en vida hayan sido reconocidas, amadas, respetadas o queridas, sea cual sea, el ámbito desde el cual hayan cuestionado un sistema hegemónico  que explica, sostiene y perpetúa un modelo global que culpabiliza, empobrece, oprime, margina, asesina, invisibiliza, lapida, mutila y silencia a las mujeres.

Me atrevo a afirmar que esas feministas son las que ni siquiera se nombran en los relatos históricos oficiales y ginopes.  Ellas han sido siempre rescatadas por la memoria colectiva de un movimiento que necesita contar por sí mismo su propia historia, porque somos muy conscientes que nada empieza ni culmina con nosotras. Ninguna feminista se considera importante y destacada, es tan mínimo el soplo de vida y tan extenso el camino hacia la transformación, que nos sabemos una insignificante  pieza en el engranaje. Quizá por eso, seamos bastante porfiadas en  celebrar la memoria de nuestras ancestras, no solo de aquellas con las que tenemos un vínculo sanguíneo, también de todas y cada una de las mujeres que han luchado, incansablemente, para que hoy nosotras gocemos de una realidad mejor de la que a ellas les tocó. Saber de ellas nos alivia el alma y permite darle sentido a una causa en la cual cada acción ejecutada no nos beneficia a nosotras, tampoco tenemos certezas si cambiará sustancialmente la vida de las nietas de nuestras nietas o será otra generación,  pero si la seguridad que impactará positivamente en la vida de quienes vendrán.

Desde la hoguera, pasando por la guillotina y hasta  la contemporaneidad – donde existen modos más modernos y sutiles de prendernos fuego o cortarnos la cabeza- las feministas hemos sido odiadas, despreciadas y menospreciadas. Los tres conceptos: odio, desprecio y menosprecio integran el de misoginia que es la aversión a la mujer en términos de rechazo o repugnancia frente a la misma y se acopla a la perfección con otros mecanismos excluyentes como el lenguaje, el pensamiento dicotómico, la maternidad forzada, el trabajo sexuado, la ciencia androcéntrica, entre otros.  Hemos sido y somos portadoras de cuestionamientos profundos a un sistema hegemónico y eso nos enfrenta a las diversas formas que adopta el poder y  sobre todo  a la minoría de poderosos que lo detentan, y a la mayoría de nada poderosos cuyo silencio legitima en modo complicidad tanta injusticia y desigualdad.

Las feministas tenemos incorporada la cuestión de lo colectivo, porque sabemos que andar con otras enriquece a un movimiento cuya riqueza concentrada es la diversidad. No andamos  ni caminamos solas, porque la soledad convertiría la belleza del impulso  de muchas, en el desgaste miserable de vida de una sola. Nos potenciamos, nos reconocemos distintas y nos respetamos, no sin antes darnos discusiones a la interna, que nos permitan conocernos y reconocernos.

Hace algunos años, Tania Aguerrebere y Natalia Magnone escribieron  “Hacia la criticidad feminista” y dijeron: "En un mundo del feminismo momificado, o nos gusta pensar socialmente digerido o estatalmente presupuestado o internacionalmente agendado, en donde aparentemente ya no hay motivos para la reivindicación feminista, en donde se suele identificar al movimiento con un grupete de mujeres insatisfechas y quejosas. En donde se nos suele encasillar en categorías que otra vez son utilizadas para desvalorizar a las mujeres y sus reivindicaciones.”

Considero que los sistemas crean estrategias que garantizan su supervivencia, y debilitan los movimientos que pretenden aniquilarlos. Si el capitalismo es capaz de crear algo llamado progresismo para atontar al socialismo, que no puede hacer con nosotras su primo hermano el patriarcado; no tiene por qué ser la excepción. En la coyuntura actual - donde decir que sos feminista ya dejó de ser un acto de rebeldía que te colocaba en una situación de riesgo, o al menos compleja-  nos vienen dadas desde fuera del movimiento algunas categorías que no deberíamos aceptar sin al menos, cuestionarnos los motivos que conducen a ello y quiénes son sus portavoces.

Dicen de nosotras que  hay feministas malas y feministas buenas.  

Por esas cosas de la vida, he quedado beneficiada en el sorteo patriarcal con la primera categoría. No he dedicado mucho tiempo a comprender cuando se originó este asunto, pero con seguridad no es consecuencia de haber decidido dejar de marchar cuando se masificó la respuesta a la convocatoria feminista –ningún codo a codo ni cantar al unísono  con quienes sostienen y perpetúan durante 364 días al año, lo que vos decís combatir-; tampoco por  haber mandado a la mierda a todas las personas que me compartieron el “Himno Feminista” de Natalia Oreiro. Viene de antes, tal vez un par de años.

Quizá y solo quizá, el presente constituya un momento apropiado para pensar y discutir si esa categorización que nos viene dada de afuera, es en sí misma tan simplona y vulgar como aparenta. En una de esas mucho de nuestro discurso y un poco de nuestras acciones como herramientas, hayan sido cooptadas por quienes se proponen lo antagónico, como manera de debilitar a un movimiento profundamente transformador.

Yo necesito distinguirme y considero que las feministas necesitamos distinguirnos política, personal, académica, cultural, ética e ideológicamente, de quienes desean mantener los órdenes establecidos para la desigualdad, opresión y marginación de las mujeres, porque las causas que nos inspiran a transformar la realidad son distintas y los objetivos son distintos. No deberíamos manejar los mismos términos, ni adaptarnos a los parámetros que impone manejar esos términos, si aspiramos a la transformación y otros/as a la permanencia.

Es verdad que ninguna de nosotras tiene el feministómetro y también que se trata de un movimiento de puertas abiertas para entrar y salirse.  Y además que las personas le ponen cuerpo y corazón a la historia, por lo cual hay un proceso íntimo antes de declararse feminista que nadie puede cuestionar a nadie, al menos legítimamente. A eso le sumamos que para comprender los sustentos teóricos de la práctica, hay que entrarle a abundante literatura, porque de feminismo no se aprende con consignas, ni en youtube ni con placas de facebook. No es menos cierto, que son variados pero sistemáticos los intentos de partir al medio un movimiento que se robustece, aunque estemos a años luz de una revolución feminista.

En resumidas cuentas quiero escribir lo que textualmente afirmó Rosana Medina en un intercambio feminista sobre este tema: "Es que no hay feministas malas y feministas buenas.  Solo hay feministas".

De nosotras dirán lo que siempre han dicho, que somos  las radicales, intolerantes,  fundamentalistas, y peligrosas. Resulta bastante lógico que así lo hagan, sobre todo tomando en consideración que el feminismo no quiere lavarle la cara el patriarcado Somos radicalmente soñadoras y constructoras de esos mundos más justos, en memoria de las que nos precedieron y por las que vendrán. Somos ultra opositoras de un sistema hegemónico que insiste en jerarquizar a la baja nuestra propia existencia. Somos peligrosas  para quienes justifican el sistema de opresión, porque nunca seremos sus aliadas y siempre nos encontrarán en la otra vereda. Somos una banda tan multitudinaria que superamos la mitad de población mundial y nuestro pacto es continuar hasta que cada mujer recupere para sí misma su propia vida y dignidad.

Somos radicalmente constructoras de mundos nuevos, ultra opositoras de la opresión y peligrosamente alegres y desobedientes. Fuimos, somos y seremos, siempre así en plural.

Y todas sabemos que reconocernos y darnos a conocer  como feministas, es como ir de compras al supermercado: usted puede dar vueltas entre las góndolas, demorarse o entretenerse más de la cuenta y hasta divertirse por un rato, pero tarde o temprano indefectiblemente tendrá que pasar por la caja.

A toda feminista le pasan factura, porque vaya que no es gratuito sublevarse contra un sistema de dominación y de eso también se trata, de ser receptoras de los odios que andan sueltos.

Y porque ancestralmente hemos aprendido a curarnos entre nosotras mismas, se me ocurre pensar que habemos feministas conservando los odios necesarios, que nos indican que no nos van a licuar el feminismo para tragárselo mejor.

Comentarios

  1. Lo acabo de leer. Me gustó mucho. Desborda sororidad.

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  2. 👏🏼❤️ me encanto ❤️👏🏼

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