No nos van a licuar el feminismo para tragárselo mejor
Un movimiento insolente, inquieto,
crítico, autónomo, combativo, a contra cultura y realmente transformador de las
realidades que nos rodean y son adversas, te implica en un recorrido personal y
colectivo, en el cual no hubo, no hay y no habrá alfombras rojas,
reconocimientos, aplausos ni amores por parte de quienes -más allá de lo discursivo-
tienen como objetivo la desigualdad, opresión y dominación de las mujeres.
La historia no registra feministas que en vida hayan sido reconocidas, amadas,
respetadas o queridas, sea cual sea, el ámbito desde el cual hayan cuestionado
un sistema hegemónico que explica,
sostiene y perpetúa un modelo global que culpabiliza, empobrece, oprime,
margina, asesina, invisibiliza, lapida, mutila y silencia a las mujeres.
Me atrevo a afirmar que esas feministas son las que ni siquiera se
nombran en los relatos históricos oficiales y ginopes. Ellas han sido siempre rescatadas por la
memoria colectiva de un movimiento que necesita contar por sí mismo su propia
historia, porque somos muy conscientes que nada empieza ni culmina con nosotras.
Ninguna feminista se considera importante y destacada, es tan mínimo el soplo
de vida y tan extenso el camino hacia la transformación, que nos sabemos una
insignificante pieza en el engranaje. Quizá
por eso, seamos bastante porfiadas en celebrar
la memoria de nuestras ancestras, no solo de aquellas con las que tenemos un
vínculo sanguíneo, también de todas y cada una de las mujeres que han luchado,
incansablemente, para que hoy nosotras gocemos de una realidad mejor de la que
a ellas les tocó. Saber de ellas nos alivia el alma y permite darle sentido a
una causa en la cual cada acción ejecutada no nos beneficia a nosotras, tampoco
tenemos certezas si cambiará sustancialmente la vida de las nietas de nuestras
nietas o será otra generación, pero si
la seguridad que impactará positivamente en la vida de quienes vendrán.
Desde la hoguera, pasando por la guillotina y hasta la contemporaneidad – donde existen modos más
modernos y sutiles de prendernos fuego o cortarnos la cabeza- las feministas
hemos sido odiadas, despreciadas y menospreciadas. Los tres conceptos: odio,
desprecio y menosprecio integran el de misoginia que es la aversión a la mujer
en términos de rechazo o repugnancia frente a la misma y se acopla a la perfección
con otros mecanismos excluyentes como el lenguaje, el pensamiento dicotómico, la
maternidad forzada, el trabajo sexuado, la ciencia androcéntrica, entre
otros. Hemos sido y somos portadoras de
cuestionamientos profundos a un sistema hegemónico y eso nos enfrenta a las
diversas formas que adopta el poder y sobre
todo a la minoría de poderosos que lo
detentan, y a la mayoría de nada poderosos cuyo silencio legitima en modo
complicidad tanta injusticia y desigualdad.
Las feministas tenemos incorporada la cuestión de lo colectivo, porque
sabemos que andar con otras enriquece a un movimiento cuya riqueza concentrada
es la diversidad. No andamos ni
caminamos solas, porque la soledad convertiría la belleza del impulso de muchas, en el desgaste miserable de vida de
una sola. Nos potenciamos, nos reconocemos distintas y nos respetamos, no sin
antes darnos discusiones a la interna, que nos permitan conocernos y
reconocernos.
Hace algunos años, Tania Aguerrebere y Natalia Magnone escribieron “Hacia
la criticidad feminista” y dijeron: "En
un mundo del feminismo momificado, o nos gusta pensar socialmente digerido o
estatalmente presupuestado o internacionalmente agendado, en donde
aparentemente ya no hay motivos para la reivindicación feminista, en donde se
suele identificar al movimiento con un grupete de mujeres insatisfechas y
quejosas. En donde se nos suele encasillar en categorías que otra vez son
utilizadas para desvalorizar a las mujeres y sus reivindicaciones.”
Considero que los sistemas crean estrategias que garantizan su
supervivencia, y debilitan los movimientos que pretenden aniquilarlos. Si el
capitalismo es capaz de crear algo llamado progresismo para atontar al
socialismo, que no puede hacer con nosotras su primo hermano el patriarcado; no
tiene por qué ser la excepción. En la coyuntura actual - donde decir que sos
feminista ya dejó de ser un acto de rebeldía que te colocaba en una situación de
riesgo, o al menos compleja- nos vienen
dadas desde fuera del movimiento algunas categorías que no deberíamos aceptar
sin al menos, cuestionarnos los motivos que conducen a ello y quiénes son sus
portavoces.
Dicen de nosotras que hay feministas
malas y feministas buenas.
Por esas cosas de la vida, he quedado beneficiada en el sorteo patriarcal
con la primera categoría. No he dedicado mucho tiempo a comprender cuando se
originó este asunto, pero con seguridad no es consecuencia de haber decidido
dejar de marchar cuando se masificó la respuesta a la convocatoria feminista –ningún
codo a codo ni cantar al unísono con
quienes sostienen y perpetúan durante 364 días al año, lo que vos decís
combatir-; tampoco por haber mandado a
la mierda a todas las personas que me compartieron el “Himno Feminista” de
Natalia Oreiro. Viene de antes, tal vez un par de años.
Quizá y solo quizá, el presente constituya un momento apropiado para
pensar y discutir si esa categorización que nos viene dada de afuera, es en sí
misma tan simplona y vulgar como aparenta. En una de esas mucho de nuestro
discurso y un poco de nuestras acciones como herramientas, hayan sido cooptadas
por quienes se proponen lo antagónico, como manera de debilitar a un movimiento
profundamente transformador.
Yo necesito distinguirme y considero que las feministas necesitamos
distinguirnos política, personal, académica, cultural, ética e ideológicamente,
de quienes desean mantener los órdenes establecidos para la desigualdad,
opresión y marginación de las mujeres, porque las causas que nos inspiran a
transformar la realidad son distintas y los objetivos son distintos. No deberíamos
manejar los mismos términos, ni adaptarnos a los parámetros que impone manejar
esos términos, si aspiramos a la transformación y otros/as a la permanencia.
Es verdad que ninguna de nosotras tiene el feministómetro y también que se
trata de un movimiento de puertas abiertas para entrar y salirse. Y además que las personas le ponen cuerpo y corazón
a la historia, por lo cual hay un proceso íntimo antes de declararse feminista que
nadie puede cuestionar a nadie, al menos legítimamente. A eso le sumamos que
para comprender los sustentos teóricos de la práctica, hay que entrarle a abundante
literatura, porque de feminismo no se aprende con consignas, ni en youtube ni
con placas de facebook. No es menos cierto, que son variados pero sistemáticos los
intentos de partir al medio un movimiento que se robustece, aunque estemos a
años luz de una revolución feminista.
En resumidas cuentas quiero escribir lo que textualmente afirmó Rosana Medina en un intercambio feminista sobre este tema: "Es que no hay feministas malas y
feministas buenas. Solo hay feministas".
De
nosotras dirán lo que siempre han dicho, que somos las radicales, intolerantes, fundamentalistas, y peligrosas. Resulta
bastante lógico que así lo hagan, sobre todo tomando en consideración que el feminismo
no quiere lavarle la cara el patriarcado Somos radicalmente soñadoras y
constructoras de esos mundos más justos, en memoria de las que nos precedieron
y por las que vendrán. Somos ultra opositoras de un sistema hegemónico que insiste
en jerarquizar a la baja nuestra propia existencia. Somos peligrosas para quienes justifican el sistema de
opresión, porque nunca seremos sus aliadas y siempre nos encontrarán en la otra
vereda. Somos una banda tan multitudinaria que superamos la mitad de población
mundial y nuestro pacto es continuar hasta que cada mujer recupere para sí misma
su propia vida y dignidad.
Somos radicalmente constructoras de mundos nuevos, ultra opositoras de
la opresión y peligrosamente alegres y desobedientes. Fuimos, somos y seremos,
siempre así en plural.
Y todas sabemos que reconocernos y darnos a conocer como feministas, es como ir de compras al
supermercado: usted puede dar vueltas entre las góndolas, demorarse o entretenerse
más de la cuenta y hasta divertirse por un rato, pero tarde o temprano
indefectiblemente tendrá que pasar por la caja.
A toda feminista le pasan factura, porque vaya que no es gratuito sublevarse
contra un sistema de dominación y de eso también se trata, de ser receptoras de
los odios que andan sueltos.
Y porque ancestralmente hemos aprendido a curarnos entre nosotras mismas,
se me ocurre pensar que habemos feministas conservando los odios
necesarios, que nos indican que no nos van a licuar el feminismo para tragárselo
mejor.
Lo acabo de leer. Me gustó mucho. Desborda sororidad.
ResponderBorrar👏🏼❤️ me encanto ❤️👏🏼
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