Cuando lo peor compite con lo peor.
Para quienes trabajan en la
defensa de los derechos humanos de las niñas, adolescentes y mujeres
sobrevivientes a diversas formas de violencia, no es un asunto extraño, más
bien común encontrarse con respuestas deficientes e inadecuadas por parte de
los operadores del sistema estatal. Es
usual, que la intervención deje a las víctimas en una situación de aún mayor
vulnerabilidad y en ocasiones en riesgo
de vida. Luego la catarata de las más
variadas formas de justificar lo injustificable.
Y así como de la nada surge la
competencia de peor con peor.
Lo peor podría ser que una
adolescente sea víctima de diversas manifestaciones de violencia en el ámbito familiar.
Lo peor tal vez sería que
profesionales que trabajan con víctimas de violencia sexual no sean capaces de
advertir los indicadores, y se enteren cuando las victimas lo ponen en
palabras.
O lo peor sería que luego de
ponerlo en palabras, quienes deben protegerla la coloquen en una situación de
riesgo mayor.
Quizá lo peor podría centrarse en
la ignorancia de cómo aplicar un protocolo de intervención.
Aunque lo peor tal vez sería que
la actuación a contra protocolo se oculte sosteniendo que se cumplió con el
mismo.
Lo peor podría ser que exista
alguien que crea que la identificación de un referente adulto es una operación mecánica
que consiste en pedir un teléfono a la víctima.
O lo peor sería que si el primer número
telefónico no responde, se le pida que proporcione un segundo.
También lo peor podría ser que se
conceptualice como accidental un resultado que esta causalmente conectado a una mala
intervención.
O lo peor podría ser que los
medios de comunicación difundan que quienes se equivocaron actuaron
debidamente.
Lo peor podría ser que una
institución cuente con un protocolo pero no capacite a su personal para una aplicación
rigurosa.
O lo peor sería que quienes se
equivocan en la intervención, a fuerza
de auto convencimiento concluyan que lo hicieron bien.
Quizá lo peor podría ser la
intimidad vulnerada cuando un país entero conoce lo que el padre, el tío abuelo
y la madre hacían con ella, aunque ella no lo haya contado al país entero sino confiado a un par de personas.
O lo peor podría ser que por
obvias razones jamás regrese a ese centro
educativo.
Lo peor podría ser que no regrese a ningún centro educativo.
También lo peor podría ser el deber de confidencialidad destrozado en un minuto de televisión por adultos en los que ella confió .
También lo peor podría ser el deber de confidencialidad destrozado en un minuto de televisión por adultos en los que ella confió .
Aunque lo peor podría ser que se
hayan dejado infinidad de datos para poder identificarla sin demasiado esfuerzo
y cargarla con un estigma más.
Lo peor podría ser que jamás
vuelva a confiar en que puede pedir ayuda, porque la dejaron en soledad.
También lo peor podría ser que ella
no es la primera y con seguridad no será la última adolescente revictimizada
por el sistema.
O lo peor podría ser la espectacularidad de cuasi análisis mediático de una tragedia por parte de quienes revelan datos y detalles de la situación de vida de una persona a la cual ni siquiera conocen.
Lo peor podría ser que el ámbito natural de respeto, contención y protección se convierta para las víctimas en el mismísimo infierno.
Lo peor podría ser que el ámbito natural de respeto, contención y protección se convierta para las víctimas en el mismísimo infierno.
Quizá lo peor podría ser que las cotidianas dificultades que enfrentan los/as servidores públicos,
sea útil para justificar hasta la ausencia del sentido común.
Lo peor podría ser que ella sea institucionalizada.
Quizá lo peor seria que no sea tan peor la institucionalización.
Lo peor podría ser que ninguna niña/o o adolescente que logra traspasar la barrera del silencio y confía en la comunidad educativa, tenga certeza de una respuesta a nivel.
Quizá lo peor seria que no sea tan peor la institucionalización.
Lo peor podría ser que ninguna niña/o o adolescente que logra traspasar la barrera del silencio y confía en la comunidad educativa, tenga certeza de una respuesta a nivel.
O lo peor podría ser la mirada
adultocéntrica que en un reclamo de rara especie de solidaridad nos exige
colocar como centro de la situación a quienes no son la víctima.
Quizá lo peor sería la contribución
a perpetuar los silencios, dando muestras claras sobre que le sucede a quienes
se atreven a hablar.
Lo peor podría ser que impregne
la idea de caso único y ello oculte la cantidad de situaciones idénticas o
parecidas que no llegan a la prensa.
También lo peor podría ser que
existan adultos que en lugar de preservar a la víctima y no entorpecer una
investigación, decidan relatar detalles en formato de audio y circularlo.
Lo peor podría ser que jamás se
lleve a cabo una investigación administrativa para establecer las responsabilidades funcionales de quienes intervinieron.
O lo peor podría ser que cuando
aparezca un tema que venda más que la “adolescente de la Utu de Colón” el
país se olvide ella.
Porque cuando la ignorancia y la
soberbia de quienes intervienen en algún punto del engranaje de la respuesta , se combina con el olvido de quienes no, ya la cuestión se torna más
compleja.
En ocasiones me pregunto si
alguien recuerda a las cuatro adolescentes entre 12 y 16 años y al profesor de
biología en secundaria procesado por
reiterados delitos de retribución a menores para ejecutar actos sexuales. O si
alguien se acuerda de la niña de 11 años de edad a quien su profesor de música de
manera continuada la hacía quedar en el
aula, cerraba la puerta, la besaba en los labios, en el cuello, y en ocasiones
la tocó en los glúteos, senos y en la vulva.
Si alguien recuerda que hace dos
años una Directora de una Escuela Agraria reconoció a un medio de prensa que
había recibido la denuncia de una estudiante
pero no le creyó: "Acá vino
una alumna y me dijo que una compañera suya había tenido sexo con el docente. Y
yo le pedí que lo probara y no lo pudo probar. Después llamé a la alumna
involucrada y me dijo que no, que eran solo amigos", manifestó la
jerarca." Lo que pasa es que están
enchastrando a la institución", aclarando además que las estudiantes "son mayores de edad".
Si excepto la víctima y su
familia, hay personas que recuerdan que hubo
un Sub Director de liceo y que además dictaba clases como profesor suplente, que fue procesado por mantener relaciones sexuales con una
alumna y exhibir material pornográfico de ella en las redes sociales. O que el
año pasado, el Consejo de Educación
Secundaria comunicó la destitución de un profesor de 40 años, que dictaba
clases en al menos dos liceos, tras el procesamiento con prisión del docente al
comprobarse su responsabilidad en hechos de agravio hacia alumnos varones a
quienes les manifestaba sus fantasías sexuales a través de Facebook. O aquel profesor
de Literatura de 31 años que fue procesado con prisión por el delito de
“atentado violento al pudor”, al comprobarse que enviaba fotografías de tenor
sexual a una menor de edad que había sido su alumna y por “producción de material pornográfico con
utilización de menores”.
A veces se me ocurre pensar que los frecuentes olvidos nos dificultan visibilizar la problemática en profundidad, las variadas aristas de las múltiples violencias que se vivencian en algunas etapas de la vida y en como el posicionamiento del mundo adulto bienintencionado o malintencionado, contribuye en alguna medida a que la realidad siga siendo jodida. Saltar de
urgencia en urgencia, de crisis en crisis, de indignación en indignación, de
noticia en noticia, de buena voluntad en buena voluntad, torna difícil pensar
en las verdaderas y reales dificultades que enfrenta el sistema educativo
cuando de violencias se trata. Provengan de donde
provengan esas manifestaciones.
La cultura imperante en cualquier
institución se construye a base de omisiones, acciones, silencios,
complicidades y esfuerzos varios, entre ellos el olvido y la desmemoria.
La cultura institucional también
se deconstruye a base de lo mismo, a excepción de los olvidos frecuentes y la
desmemoria, claro esta.
En resumidas cuentas, cuando lo
peor compite con lo peor en medio de la efervescencia
de la indignación colectiva a la uruguaya, es muy difícil dirimir que es lo
peor de entre todos los peores.
Aún en medio de tanta limitación, hay una pequeña aunque no insignificante coyuntura que puedo percibir y resumir parafraseando a un grande: “nos mean y los diarios dicen que llueve”.
Al fin alguien mas lo dijo!!! Que se difunda para que se sancione la mala praxis y la falta de etica destituyendo a todos los que hicieron y apoyaron este horror sino empecemos a escracharlos!!!
ResponderBorrarBrillante!! Es terrible que nadie se de cuenta y que se siga pensando que lo que se hizo es lo que dice el protocolo que hay que hacer.
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